Soy un pasaporte, un pasaporte español, pero con una cantidad considerable de palabras en alemán, escritas y selladas, la mayoría en azul y negro, a menudo también con avisos en rojo. Y en todo tipo de caligrafías: todavía puedo sentir los pinchazos y las cosquillas de los bolígrafos y, aún más vívidamente, la presión, y a menudo el estampado de los sellos. Y, sin embargo, ha pasado mucho tiempo desde que dejé de estar en uso...
Por supuesto, se puede ver exactamente para qué estaba hecho: fui expedido en diciembre de 1962, y anulado en diciembre de 1966, después de sólo cuatro años. Y, sin embargo, hubo tanto que aclarar y autorizar y anotar y firmar. Hasta que finalmente me sustituyeron por un nuevo pasaporte.
Así que, en realidad, hace mucho tiempo que no sirvo y, sin embargo, Alfonso, el hombre sobre el que di información entonces, me sigue guardando. Aunque en realidad no di información sobre él, sino sólo sobre dónde, cuándo y cómo se le permitía vivir y trabajar.
En cualquier caso, hoy me alegro por su pasaporte actual —lo tiene más fácil que yo entonces— y me alegro por el propio Alfonso. A fin de cuentas, pudo establecerse aquí: según el registro oficial, fue el segundo de varios miles de extranjeros que se asentaron en Siegen por aquella época.
Somos cinco sellos, acaso similares a los que se te arrimaban entonces. Sin embargo, somos antiguos sellos gremiales. Pertenecíamos a cinco gremios diferentes que existían en Siegen en el siglo XVIII: los sombrereros, los curtidores, los cordeleros, los tejedores y los albañiles.
Ya en aquel tiempo, la movilidad de las personas estaba bien regulada, no sólo en términos físicos, sino también laborales. Si alguien quería fabricar sombreros, trenzar cuerdas, tejer telas, curtir pieles de ganado o trabajar como albañil, tenía que atenerse a las normas del gremio correspondiente.
¿Cuánto papel crees que hemos sellado —o como tú bien dices, «estampado»— a lo largo de los años? Ese rigor y esa precisión lo seguimos sintiendo como si fuera ayer. Siempre hemos desempeñado nuestra función con gran celo.
Pero ahora, cuando te miramos, nos damos cuenta de algo que no habíamos visto en todo este tiempo. Quizá no pudimos verlo del todo porque siempre nos ponían delante documentos distintos, uno tras otro, y nunca podíamos fijarnos bien en ninguno de ellos. Pero ahora que por fin te vemos detenidamente, sellado como estás, nos percatamos de que no eres sólo una colección de trámites, sino una persona que tiene un nombre y una vida. Y a esta persona se le impusieron un montón de cortapisas, como a todos los artesanos de entonces. Tenemos que pensar en eso...
Seguro que tú también lo has vivido: ¿alguna vez te han puesto barreras de este tipo a tus deseos y proyectos de vida? ¿Cómo te sentiste?