Soy un tapiz. Soy una pieza de decoración típicamente alemana, porque represento a un ciervo bramando. Tapices con ciervos bramando se pueden encontrar en al menos uno de cada dos hogares alemanes. ¿O no? ¿Les estoy tomando el pelo?
Si fuera así, sería la segunda vez. La primera fue aún mejor, porque duró un poco más: ¡décadas, nada menos! Marios, que fue quien me prestó al museo, estuvo pendiente de mí desde que era un niño hasta que se hizo mayor. Pero mis chanzas no son culpa de él, sino sólo mía. Simplemente soy un travieso.
La verdad es que vengo de Grecia, igual que la familia de Marios. Yo pasaba el tiempo en la guardería de su madre, donde desempeñaba un gran papel: me aseguraba de que el frío no se colara por la noche. Más tarde, ella me llevó a Alemania y me adornó con estos flecos. Y luego, en Dillenburg, donde creció Marios, me colgaron en el salón como elemento decorativo, y encajé inesperadamente bien con el resto del mobiliario rústico, tan bien que nadie me cuestionó allí tampoco. Aunque era inmigrante, la gente pensaba que era nativo. Porque la verdad es que no tengo vergüenza.
Aunque, pensándolo mejor... Seguramente también jugó a mi favor que, allá donde voy, enseguida doy la impresión de ser de fuera. Es un poco lío.
Soy un cuadro al óleo del siglo XVII y no puedo evitar pensar que hago algo muy parecido a lo que tú haces. Cuanto más pienso en ti y en tu historia, más me convenzo de ello.
Quiero decir: eres una cosa increíble, con tu manada de ciervos tan alegre en medio de ese paisaje tan acogedor. No conozco nada parecido. Se puede decir que hay imágenes similares, pero bueno, no tan descomunales como la tuya... Tú mismo lo dices: eres un poco travieso, te gusta dar gato por liebre. Y ahora me doy cuenta de que yo también pienso eso de mí...
Me pintó alguien que bien pudo haber visto lugares comparables al que yo muestro. Frans Post, que así se llamaba mi autor, llevaba ocho años en Brasil con el conde Johann Moritz von Nassau-Siegen. Pero también recuerdo su afán por hacerme lo más interesante posible, por infundirme de alguna manera algún secreto, digámoslo así. No sé, tal vez porque él mismo lo veía así, pero seguramente también porque la gente quería verlo así.
Al igual que tú, yo también entraño, a mi manera, algo fantástico, algo inspirador, y siempre pensé que eso era sencillamente hermoso. Pero ahora añadiría una puntualización: puedo ser bello siempre que la gente se dé cuenta de que soy una ilusión, siempre y cuando sepa que la verdad puede estar en otra parte. Te doy las gracias por esta revelación.
¿Qué lugares, cosas, paisajes tienes tú en la cabeza? ¿Existen realmente? ¿Y qué sentimientos te suscitan?